No, SEÑOR PRESIDENTE (Alan García)
(Sobre la masacre en los penales)
Seminario Amauta, 3 de Julio de 1986. Lima)
Por: Antropólogo y escritor Rodrigo Montoya Rojas
Hace unos meses, alguien me contó que le había visto a usted, señor presidente, con un uniforme de campaña, hecho a su medida. Pensé que se trataba de una broma de mal gusto, que no podía ser cierto. Por las fotos de usted en uniforme al día siguiente, en la primera plana de los periódicos, me di cuenta de mi error.

No sé si antes un presidente civil hizo en el Perú lo mismo que usted, pero una vez convencido de la verdad supe que usted tenía una enorme voluntad de demostrar a los militares y a nosotros los desvalidos civiles, su firme decisión de ser el Jefe.
Recuerdo también que el 29 de julio presidió usted una solemne ceremonia para recibir el bastón de mando y los jefes de las Fuerzas Armadas reconocieron en usted a su Comandante.
Estos dos recuerdos vienen a mi memoria ahora que pienso en los centenares de muertos de las cárceles en los días 18 y 19 de junio. Seguramente nunca sabremos cuantos fueron.
Pero sí sabemos que fue usted señor presidente, quien dio la orden. El responsable es usted. Probablemente no pensó que su orden sería cumplida con tanta ferocidad, pero de poco sirve saber si todos los presos murieron víctimas de la ferocidad o la dulzura y el bien matar de los victimarios. Están simple y desgraciadamente muertos.
Con el mejor ánimo de guardar su buena imagen afirmó usted en el Congreso de la Internacional Socialista que el gobierno defendía la demo
cracia y la constitucionalidad del país.
Me resulta imposible admitir que la defensa de la democracia se haga a través de una masacre premeditada con alevosía y ventaja. Pensé que los versos de la Internacional cantados en la inaguración de ese congreso eran parte de algún programa sobre la Europa de los primeros veinte años de este siglo. Pero, lamentablemente, era otro error mío.
La prensa, interesada en guardar la buena imagen de Usted, señor presid

ente, afirmó que se trataba de una "rebelión". Por extraña coincidencia ningún reportero pudo llegar hasta las cárceles y sólo quedó el consuelo de los informes oficiales, las explicaciones oficiales y los silencios oficiales. Pensamos que los rebeldes habían combatido y que el número de bajas en ambas partes sería muy alto. En Lurigancho murieron todos los "rebeldes", se salvó un rehén y en las fuerzas del orden no hubo ningún muerto. En El Frontón se salvaron 28 ó 30; el resto murió.
¿Cuántos eran "el resto"? No lo sabremos. Cuentan las crónicas que allí en El Frontón si hubo un pequeño combate, pues los presos estaban armados con tres fusiles FAL y que habrían muerto tres o cinco marinos. Sin averiguar nada más, habrá un acuerdo unánime entre la gente sensata: se trató de un combate desigual: de un lado, soldados de elite de las tres Fuerzas Armadas: del otro, los presos, desarmados o con algunos fusiles. Permítame un recuerdo de infancia, señor presidente: cuando en los juegos del colegio se enfrentaban los Goliat contra los David, solíamos decir "Así cualquiera...".
Tampoco sabremos nunca cuántos presos habían en las cárceles, cuántos estaban condenados, cuántos sin proceso y cuántos inocentes. Por la historia de la injusticia en el pais sabemos que los condenados eran pocos y muchos los inocentes y los sin juicio. Lo común entre ellos era la condición de "terroristas" atribuida por las fuerzas del orden. En los últimos tiempos, muchos "demócratas" sedientos de sangre pidieron la pena de muerte; otra vez, como en muchas ocasiones del pasado. Hoy, ganaron la batalla mas rápidamente de lo que esperaban, porque todos

los presos acusados de terroristas han sido condenados a muerte, señor presidente. Sin juicio ni abogados, de modo sencillo y expeditivo. Los que nos oponemos a la lógica feroz del ojo por ojo y diente por diente, perdimos la batalla, pero el combate por los derechos humanos continúa.
Permítame, señor presidente, insistir otra vez en una idea que me parece escencial para la política peruana: no es lo mismo un gobierno civil que una democracia. El gobierno civil puede ser parte de la democracia, pero no es suficiente. He escrito muchas veces que lo escencial de la democracia es el respeto por los derechos de ciudadanas y ciudadanos. En este caso preciso que enluta al país, que ensangra nuestra historia y ensombrece el futuro, olvidó, señor presidente, que los presos tienen algunos derechos y los familiares todos los derechos. Tenemos todos los ciudadanos el derecho de enterrar a nuestros muertos. El último adiós entre flores y crucifijos forma parte de la cultura peruana; sin embargo, he leído con horror que el entierro de los centenares de muertos se está haciendo en forma clandestina en Huacho, Chaclacayo, Callao y otros cementerios.
El gobierno tiene derecho a defenderse, por supuesto. Hubiera sido muy sencillo cortar el suministro de comida y agua, lo que no deja de ser también otra forma de violencia. Hubiera sido fácil trasladar poco a poco a los presos a otras cárceles, para evitar que se reúnan y fortifiquen con la venia del poder.
La violación espantosa y los derechos humanos están otra vez en juego. No está en discusión si los senderistas tienen razón o no. ¿De qué democracia hablamos, señor presidente, si hay que matar a todos los opositores?
El mundo no se divide en buenos y malos. Soy un simple intelectual peruano que se niega a aceptar la lógica del general Cisneros. Si contamos aún con reservas morales en el Perú, debemos

hacer lo necesario para evitar definirnos de un lado o del otro en la violación de los derechos humanos. Hubo otro tiempo en el que la izquierda apeló a la violencia para alcanzar su utopía sin renunciar al romanticismo revolucionario sino, por el contrario, para afirmarlo. Era la época de los guerrilleros justos y justicieros, incapaces de liquidar a un campesino o de liquidar a un prisionero. Po razones que no alcanzo a entender, Sendero Luminoso representa en el Perú el ejercicio de la violencia indiscriminada y no sé si tiene un nuevo romanticismo o no. Hace años, escribí en la revista
Sociedad y Política: "No se defiende a los campesinos matando campesinos". Esta sola razón es suficiente para no compartir las tesis de Sendero y, también al mismo tiempo, para recordarle algo fundamental, señor presidente: no se defiende a la democracia con masacres premeditadas y entierros clandestinos.
Horas sombrías se ciernen sobre el Perú, señor presidente, si seguimos por esa pendiente. Usted ha conseguido lo contrario de lo que buscó: hoy la democracia entendida como gobierno civil es mas frágil que ayer y su imágen, señor presidente, fuera y dentro del país no será nunca más la misma. El responsable es usted. (22 de Junio, 1986)
Tomado del libro "Elogio de la antropología" de Rodrigo Montoya Rojas